En un mundo que nos ha enseñado el valor de soñar como un bien supremo e indispensable para labrar nuestro camino al éxito, que nos ha puesto en los blancos y negros de los ganadores y perdedores y que además recarga la felicidad en ideales casi inalcanzables como la belleza exagerada, los cientos de miles de dólares y las sonrisas blancas; se le ha olvidado decirnos que soñar conlleva una responsabilidad intrínseca de trabajo, dedicación y que de todos los caminos posibles, es uno de los más engañosos y agotadores.
Soñar es tan peligroso como luchar contra cocodrilos. La responsabilidad de soñar es una renuncia inmediata a los lugares comunes, y al mismo lugar común de soñar también. Soñar es de valientes y de ingenuos, de aquellos y aquellas que guardan una inocencia ante la vida, casi que infantil. El valor de soñar es un acto de rebeldía, que deja a muchos tirados en el camino. La vida algo ayuda. Pero, lo más probable es que nos dé algunos limones, algunos estén podridos o muy verdes, o que no los dé del todo, talvez no nos dé los que necesitamos exactamente; en todo caso, si la vida no quiere dar limones, una va y busca un palo de limón, se pone ropa cómoda y se los baja solita, que si es de verdad tanto alarde por soñar, entonces hay que demostrar nuestra verdadera madera de inquisidores del limón.
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